Hace dos años sufrí una lesión en mis cuerdas vocales que me obligó a pasar por quirófano, a permanecer una semana en silencio absoluto y a recibir rehabilitación por un periodo de tres meses. Aquel año me encontraba en un momento muy activo musicalmente y te podrás imaginar el descalabro que me supuso en un primer momento no sólo tener que cancelar ensayos y conciertos, sino convivir con el pensamiento de que quizá mi voz no volviese a ser la misma (en el peor de los sentidos). Sin embargo, debo reconocer que lo llevé con bastante tranquilidad y entereza. Sabía que no tenía opción, mis cuerdas estaban dañadas y no podía seguir haciendo uso de ellas sin empeorarlas, así que asumí que debía hacer un parón y tomármelo en serio, por mi propio bien.
La operación fue un éxito, la semana sin poder hablar menos mala de lo que imaginé (guardo algunas anécdotas bastante divertidas de esos días), la rehabilitación me enseñó un montón de ejercicios súper útiles para cuidar mi aparato fonador y mi voz mejoró notablemente. Sólo había una cosa que me seguía inquietando, y es lo que me contestó el cirujano cuando le pregunté por qué me había pasado aquello. Me dijo: “Puede haber sido cualquier cosa, una tos muy fuerte, un grito… No te preocupes por eso”.
¿Cómo no me iba a preocupar? Aquella lesión me había privado de mi instrumento y había congelado toda mi actividad. ¡Bajo ningún concepto quería que me volviese a suceder! Pero, ¿cómo evitarlo si no sabía cómo se había producido?
Empecé a observarme, al hablar y al cantar: ¿cómo reaccionaba mi cuerpo? Recordé (la memoria es así de maravillosamente oportuna) un libro que había comprado tiempo atrás: El cuerpo recobrado. Introducción a la Técnica Alexander, de Michael Gelb. Me había impactado mucho en su momento y comencé a releerlo. ¡Eso era lo que yo necesitaba! La teoría sobre el uso del cuerpo me parecía fascinante, por lo que decidí pasar a la práctica. Y así fue como llegué a Marta Barón, profesora de Técnica Alexander, de quien recibí clases particulares durante unos seis meses y a la que estaré eternamente agradecida. Me sorprendió comprobar en mi propio cuerpo los efectos del “no hacer”, inhibiendo patrones posturales tremendamente dañinos a los que estaba tan acostumbrada que no era capaz ni siquiera de percibir.
Desde aquella operación y aquellos meses de Técnica Alexander han mejorado tanto mi calidad vocal como mi conciencia corporal y he adquirido una gran consciencia de la necesidad de tomarme muy en serio:
1. La atención consciente hacia mi cuerpo, mi postura y mis movimientos.
2. La práctica continua para conseguir resultados.
Pero como la vida es evolución, como siempre se puede mejorar, y como yo soy una persona extremadamente curiosa, recientemente comencé a leer acerca de Mindfulness, o lo que viene a ser una práctica cuyo objetivo es hacernos dirigir nuestra atención plena al momento presente, reduciendo así el estrés y otros malestares emocionales, mentales e incluso físicos. ¡Vaya! Parece que Mindfulness es la Técnica Alexander de la mente, es decir, “no hacer”, eliminar patrones (ya sean mentales o físicos) nocivos para nuestra salud y sustituirlos por una atención plena y consciente, una observación sin juicios que nos permita gestionar mejor nuestros pensamientos, emociones y actividades diarias.
Esta analogía me ha llevado a deducir que el origen de nuestras disfunciones es mayoritariamente un mal uso de nosotras/os mismas/os. Un mal uso que hacemos durante tanto tiempo que lo mecanizamos y lo repetimos continuamente sin pensar, de forma inconsciente, como el respirar o el caminar. Y esto ocurre de la misma manera con la comunicación: adoptamos patrones comunicativos a imitación de familiares, amigas/os, profesoras/es, referentes culturales, medios de comunicación, etc., y los reproducimos sin cuestionárnoslos, sin tener en cuenta las consecuencias que tienen sobre las personas que nos rodean y sobre nosotras/os mismas/os.
Por suerte, cómo utilizamos nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra comunicación son cosas que se pueden corregir, desarrollar y mejorar, y el primer paso en esta dirección es ser conscientes del uso que hacemos de ellos. Una vez reconozcamos las pautas nocivas estaremos más abiertas/os a encontrar nuevas formas de comportamiento más saludables y podremos comenzar a ponerlas en práctica.
Puedes empezar por tu mente, por tu cuerpo o por tu comunicación. En cualquier caso: sé consciente. Existen un montón de técnicas, metodologías y prácticas que pueden ayudarte a ello: Mindfulness, Técnica Alexander, Comunicación No Violenta, PNL, Yoga o meditación (entre muchas otras). Elige una, o varias, y empieza a cambiar aquello que no te beneficia.
Recuerda que no eres tus pensamientos, ni tus sentimientos, ni tus actos. Tú estás más allá, vas evolucionando cada día y puedes modificar todos ellos a tu mejor conveniencia.
¿Por qué no empezar hoy mismo? 🙂