En la entrada anterior te hablaba de la “alexitimia” o incapacidad de reconocer y expresar las propias emociones. Se trata de un trastorno provocado por la “desconexión” de la parte de nuestro cerebro encargada de la autopercepción.
También te realizaba una pregunta con el objetivo de poner el foco en nuestro propio cuerpo y reflexionar un poco más al respecto. ¿Pensaste en ello?
Vamos a avanzar un poco más por el mismo camino. La alexitimia está muy relacionada con personas que han sufrido algún tipo de trauma. Estas personas desarrollarán aquella disfunción si su cerebro, en un primario instinto de supervivencia, desconecta el área relacionada con sus propios sentimientos. Salvando las distancias, no es descabellado afirmar que el ritmo frenético de vida que llevamos los seres humanos en buena parte del planeta también nos desconecta de nosotras/os mismas/os, aunque de manera menos severa. Estamos tan ocupadas/os entre trabajos, familias, compras, médicos, viajes, etc., que pasamos por alto, consciente o inconscientemente, las múltiples llamadas de atención de nuestro organismo para indicarnos que algo no va bien: miedo, estrés, ansiedad, dolencias físicas…
Nuestros sentidos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) están continuamente captando señales del exterior, las cuales son analizadas e interpretadas por nuestro cerebro para evitar (o enfrentar) amenazas y asegurar así nuestra supervivencia.
El miedo es esa emoción que se apodera de nosotras/os cuando el cerebro detecta una situación peligrosa y nos prepara para enfrentarla.
La inseguridad, sin embargo, es la agobiante sensación de no ser capaz, la minusvaloración de nosotras/os mismas/os. En este caso no hay un peligro inminente, simplemente nos paralizamos ante la sola idea del fracaso. Si bien todas las personas somos vulnerables, susceptibles de sufrir rechazos, también tenemos la capacidad de prestar atención y decidir (salvo en casos de disfunción cerebral, como la alexitimia) cómo nos relacionamos con nuestro entorno y de qué manera encajamos las situaciones que se nos presentan.
Cuando sientas miedo escénico, puedes preguntarte: ¿qué hay de peligroso en esta situación? (Ya sea subirte a un escenario, hablar en público, relacionarte con desconocidas/os…)
Si no hay nada que atente contra tu integridad física, es momento de pararte, mirar hacia dentro y pasar al segundo turno de preguntas: ¿qué me provoca esta inseguridad? ¿Ha habido experiencias en mi pasado que me llevan a creer que voy a fracasar? ¿Soy capaz de cambiar mi actitud para enfrentarme a esta situación de una forma que no me genere ansiedad? ¿Qué puedo hacer yo para sentirme como quiero sentirme?
Todo tiene un por qué, el problema surge cuando no nos tomamos el tiempo necesario para buscarlo, entenderlo y trabajarlo de modo que en lugar de perjudicarnos, podamos sacarle provecho. No digo que sea sencillo… Pero como todo en esta vida, ¡es cuestión de práctica! ¿Comenzamos?