Que mi opinión es la correcta es algo que pensamos todas/os, sin excepción.
Ahora párate un minuto y piensa: ¿elegiste nacer?, ¿pudiste decidir dónde hacerlo y qué familia tendrías? No, ¿verdad? En esto también coincidimos todas/os, sin excepción.
Como decía Gandalf: “[…] no nos toca a nosotros elegir qué tiempo vivir, solo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”. Sin embargo, en este tiempo y espacio en el que nos ha tocado vivir, hay cosas sobre las que no tenemos control, y aunque tendemos a creer que nuestra personalidad y nuestra ética son nuestras porque las creamos nosotras/os, la realidad es que es el conjunto de nuestras experiencias, nuestro entorno familiar y social y la educación que recibimos (además de cierta genética) el que conforma nuestro ideario particular, aquel que rige nuestro discurso y nuestras acciones. Por lo tanto, nuestro entorno es altamente influyente en nuestra forma de ser y pensar.
Sabemos que existen muchísimas circunstancias diferentes, tantas como personas, pero aun así continuamos defendiendo nuestra opinión a capa y espada. ¿Por qué?
Pues porque necesitamos reafirmarnos, auto-convencernos de que estamos en lo correcto. Porque admitir que nuestra información, nuestro sistema de pensamientos y nuestros valores pueden estar equivocados (en todo o en parte) sería admitir que tenemos que empezar de nuevo.
Quizá estés pensando “¡Qué horror!” Pues no tanto, la verdad. Como decíamos al hablar del miedo escénico, cometer errores y ser conscientes de ellos no nos hace más débiles, sino más sensatos/as y con una capacidad mayor para evolucionar.
Si voy conduciendo y me adelanta un coche a una velocidad muy superior, seguramente me asuste y suelte un par de improperios por la boca. Pero, ¿y si ese coche se dirigía al hospital transportando a un familiar en estado grave?
Si he quedado con una amiga y llega tarde, posiblemente me ponga nerviosa y la llame. Si no me coge el teléfono, seguramente me enfade y piense que ya me podría haber avisado si se iba a retrasar… Pero, ¿y si le ha ocurrido algo (le han robado, ha perdido el teléfono, ha tenido algún contratiempo)?
Al ser humano le encanta anticiparse, adelantarse a los hechos y las palabras de las/os demás, pero siempre desde su propio punto de vista. Esto genera muchas tensiones. Como cuando nos cortan en mitad de una frase presuponiendo cómo la vamos a terminar (con o sin acierto), o recriminándonos hechos que no han ocurrido de tal manera. Te suena, ¿verdad? Pues la solución es bien sencilla:
1. No juzgar (y mucho menos prejuzgar). No presuponer lo que mi interlocutor/a está pensando o quiere decir, sino esperar a que me lo cuente y ser consciente de que siempre habrá una razón (me guste o no, me parezca aceptable o no) para todo lo que diga o haga.
2. Escuchar con atención. Sólo podemos entender las razones de nuestro/a interlocutor/a cuando nos las explica con sus propias palabras. Es muy habitual que cuando otra persona habla, nosotros/as estemos ya pensando en la contestación que vamos a dar, por lo que dejamos de prestar absoluta atención y esto irá siempre en detrimento de una comunicación eficaz.
Una vez escuchados y entendidos los argumentos de nuestro/a interlocutor/a, podremos decidir si estamos de acuerdo (o no) y responder según nuestro propio punto de vista, pero siempre sabiendo que se trata de una alternativa, la nuestra, no una verdad absoluta e inamovible. Recordemos que nos comunicamos para llegar a acuerdos, pero esto no implica que tengamos que pensar de la misma manera, sino que seamos capaces de satisfacer nuestras mutuas necesidades de la forma más satisfactoria posible. O lo que en ámbitos empresariales viene a denominarse win-win (estrategia cuyo objetivo es que todas las partes implicadas salgan beneficiadas en el proceso).
Prueba a ponerlo en práctica en la próxima discusión* a la que te enfrentes:
No interrumpas a tu interlocutor/a, deja hablar hasta el final. Escucha con atención sin juzgar y no pretendas adivinar sus intenciones. Pregunta para saber el por qué y el para qué. Cuando tengas toda la información necesaria, piensa en tu postura al respecto y en cómo puedes conseguir un win-win. Exprésalo con respeto y empatía.
Y, lo más importante, prepárate para cualquier respuesta, porque como veremos en la siguiente entrada, a veces es mejor abandonar una discusión antes de que acabe en desastre…
*Recuerda que una “discusión” no tiene por qué implicar enfado, pelea; es simplemente una conversación donde se exponen opiniones contrarias.