En las entradas anteriores hemos hablado mucho de empatía, de entender a nuestro/a interlocutor/a, de escuchar con atención… Pero, ¿qué ocurre cuando nuestro/a interlocutor/a no actúa bajo esos mismos principios?
Puede ocurrirnos que al empezar a poner en práctica las pautas sugeridas para alcanzar una comunicación eficaz y satisfactoria, nos encontremos con personas con las que no nos funciona en absoluto. Seguramente nos frustremos y podamos llegar a pensar dos cosas:
1. Que lo estamos haciendo fatal.
2. Que las técnicas aprendidas son un fraude.
Pero la realidad es que seguramente no suceda ni una cosa ni la otra. Simplemente hay veces en que nos encontramos en fases diferentes (comunicativamente hablando). Te pondré un ejemplo muy gráfico:
Llevas un tiempo dando clases de tenis y tienes ya un buen dominio del deporte. Un día juegas un partido amistoso con un compañero, pero resulta que él, aun pretendiendo saber jugar, maneja la raqueta con dificultad y no da una al derecho. Con respeto y amabilidad le intentas corregir y ayudar a mejorar, pero él alega tener una dolencia en la muñeca, critica el estado de la pista, y hasta llega a sacarle pegas a tu forma de jugar. Cuando termina el partido lo único que tienes claro es que no quieres volver a compartir juego con esta persona, porque tus objetivos son disfrutar del deporte y mejorar en el mismo, y en este caso no has conseguido satisfacer ninguno de los dos.
Con la comunicación sucede igual. No es difícil que te topes con personas que crean que se comunican a la perfección y que sus argumentos son indiscutibles. El objetivo de estas personas puede ser reafirmarse, adquirir respeto o reconocimiento, e incluso mejorar su autoestima, y no encuentran mejor forma de conseguirlo que imponiendo su criterio.
Si no estamos abiertos/as a otras opciones, a otros puntos de vista, poco margen queda para el diálogo.
Cuanto más empáticas/os y más flexibles somos, más nos cuestionamos todo, incluso nuestras propias ideas, y eso, aunque muy positivo para nuestro desarrollo, es algo que suelen aprovechar este tipo de interlocutores/as imperativos/as para ganar lo que ellos/as consideran una batalla. Por nuestra parte, ante esta situación, siempre tenemos la opción de replantearnos nuestros pensamientos y objetivos (aunque, dadas las formas, igual se nos quitan las ganas), pero lo que nunca debemos perder de vista es la manera en que hemos elegido comunicarnos: con respeto, empatía y responsabilidad.
Por eso es tan importante que aprendamos a reconocer a este tipo de interlocutores/as, porque no serán sus palabras, sino su forma de intentar imponerlas, la que nos hará conscientes de estar en escalones diferentes en cuanto a comunicación se refiere (nosotras/os buscaremos obtener un beneficio mutuo, ellas/os no). Y, en estos casos, suele ser más beneficioso abandonar la conversación a tiempo que entrar en un bucle infinito del que sólo obtendremos un gran disgusto.
Ten muy presente tu objetivo y no descartes una retirada cordial. Abandonar no es perder la batalla si con ello conseguimos mantener nuestro bienestar (físico, psicológico y emocional).