COMPARACIONES: EL MEJOR RECURSO PARA AUTO-SABOTEARTE

¿Eres capaz de mirarte en el espejo? No digo verte, digo mirarte, fijamente, prestando atención a los detalles, formas, colores…

A menudo me encuentro con personas a las que les avergüenza contemplarse. Hubo una época en la que a mí también me ocurría. Enfrentarme a mí misma resultaba comprometedor, casi molesto: “mis orejas son grandes, soy muy pálida, me ha salido un grano aquí, un par de canas allá, arrugas…” Y esto me sucedía también al reflexionar sobre mis habilidades: “mi voz no es suficientemente buena, debería ser más extrovertida…”

Sabes de lo que te hablo, ¿verdad? Continuamente nos auto-saboteamos al compararnos con personas que creemos que tienen unas mejores capacidades, un mejor físico, más posesiones materiales, etc.

El siguiente extracto lo ejemplifica de maravilla:

«En su libro “Cómo ser un perfecto desdichado» Dan Greenburg demuestra a través del humor el insidioso poder que puede ejercer sobre nosotros el pensar en términos de comparaciones. El autor sostiene que si sus lectores tienen un deseo sincero de hacer que su vida sea desdichada, pueden aprender a compararse con otras personas. El escritor propone varios ejercicios para aquellos que no están familiarizados con esta práctica. El primero incluye imágenes de cuerpo entero de un hombre y una mujer que encarnan la belleza física ideal según el canon mediático actual. Se pide a los lectores que tomen las medidas de su cuerpo, las comparen con las de los atractivos especímenes y observen las diferencias.

Este ejercicio produce aquello que promete: comenzamos a sentirnos desdichados en cuanto empezamos a hacer comparaciones. […] Como la belleza física es relativamente superficial, Greenburg nos da a continuación la oportunidad de compararnos en algo que realmente importa: los logros: […] Greenburg enumera los idiomas que hablaba Mozart y las principales composiciones que había creado cuando aún era un adolescente. Entonces el ejercicio pide a los lectores que piensen en sus propios logros hasta el momento actual de su vida, los comparen con lo que Mozart había logrado a los 12 años, y observen las diferencias.» (Marshall B. Rosenberg, “Comunicación NoViolenta. Un lenguaje de Vida. Editorial Acanto, Barcelona, 2019).

¿Y qué tiene esto que ver con la comunicación? Pues muy sencillo: las comparaciones suelen venir acompañadas de juicios (esto es “mejor qué” o “peor que”) y éstos nos predisponen a un comportamiento y una comunicación tendenciosos, rígidos, en definitiva: limitados.

Además, seguro que has observado también el caso contrario: aquellas personas que creen ser ellas las situadas por encima de otras ya sea por su aspecto físico, su condición social, económica, laboral, etc.

Cuando nos cerramos alrededor de comparaciones juiciosas estamos cerrando también un amplísimo abanico de posibilidades en las que aquello que yo considero “malo”, “de menor calidad” o “menos atractivo” puede ser útil y apreciado para otras personas y en otras circunstancias.

Si despojamos las comparaciones de juicios de valor, esto nos permitirá:

  1. Fijarnos en modelos a seguir, en características que nos gustan y por las que estamos dispuestos/as a trabajar y esforzarnos, convirtiendo esas diferencias en objetivos que nos aporten ilusión y motivación.
  2. Relativizar la importancia que damos a cuestiones que, o no son tan importantes como para dejarnos frustrar por ellas, o no son tan permanentes como para que seamos incapaces de enfocar nuestros esfuerzos para moldearlas a nuestro gusto.

Una vez nos conocemos y nos aceptamos, tomando conciencia de nuestra responsabilidad a la hora de tomar las decisiones que guiarán nuestro camino, nos resultará mucho más sencillo conocer y aceptar a otras personas, con sus similitudes y sus diferencias, facilitando así una comunicación fluida y exenta de juicios.